¿Intervenir o no? Muchos adultos tienen dudas cuando se enfrentan a situaciones de conflicto infantil. En algunos casos, prefieren hacerlo porque no toleran ver sufrir al niño. En otros, prefieren abstenerse para no hacerle pasar vergüenza o invalidarlo frente a su compañero.
A través del método japonés Mimamoru, se proporcionan indicaciones para pensar antes de intervenir y evitar hacerlo de manera automática, siguiendo siempre las mismas reglas.
El objetivo principal es que el niño sea capaz de aprender a resolver los conflictos, pero que el adulto evalúe, en función de cada situación particular, si es conveniente asumir un rol mediador. A continuación, algunas claves del Mimamoru y cómo aplicarlo en casa.
Enseñar a los niños a ser autónomos con el método japonés Miramoru
Mimamoru es una palabra compuesta por dos términos japoneses: «mi», que significa ‘vigilar’, y «mamoru», que significa ‘proteger’. Con esta palabra, se pretende comunicar la idea de educar a través de la observación.
En otras palabras, se trata de una crianza en la que los adultos permanecen cerca del niño, observan su comportamiento, le permiten expresarse y solo intervienen si es necesario para proporcionar orientación o señalar comportamientos.
¿Cuál es el objetivo?
La principal intención de este método educativo japonés es que los niños aprendan a resolver conflictos por sí mismos, ideando sus propias formas de mediación y enfrentamiento de los problemas, como señala un artículo publicado por la Universidad de Hiroshima.
En contraste, los padres tienden a intervenir y poner fin al conflicto. Sin embargo, esto no garantiza una solución «exitosa» ni garantiza que el niño haya aprendido de forma independiente a evitar problemas similares en el futuro. Con el método Mimamoru, se promueve la negociación y la búsqueda de soluciones.
Beneficios
Al promover la autonomía y permitir que los niños resuelvan conflictos por sí mismos, este enfoque se ha convertido en una herramienta valiosa para padres y cuidadores. Algunos de sus beneficios más destacados son los siguientes.
Fomenta la autonomía y el desarrollo de recursos personales
Uno de los beneficios clave del método Mimamoru es que promueve la autonomía en los niños. Les permite desarrollar sus propios recursos personales y aprender a enfrentar desafíos por sí mismos.
Esto se logra al no intervenir de manera excesiva y permitir que exploren y se pongan a prueba en su entorno. La intervención adulta está presente solo cuando es necesario, lo que ayuda a no limitar su curiosidad innata y su deseo de explorar el mundo.
Fortalece la autoestima
Este método también tiene un beneficio secundario significativo: fortalece la autoestima de los niños. Al experimentar la satisfacción de resolver conflictos y problemas por sí mismos, los niños desarrollan una mayor confianza en sus habilidades y se sienten capaces de enfrentar desafíos en su vida cotidiana.
Evita etiquetas y lecturas adultas
Otro beneficio importante del método es que evita la imposición de etiquetas como «niño bueno o malo». Al permitir que los niños resuelvan los asuntos por sí mismos, se evita juzgarlos desde una perspectiva adulta y se respeta su capacidad para tomar decisiones y aprender de sus experiencias. Esto contribuye a un ambiente en el que los niños se sienten valorados y comprendidos, en lugar de ser etiquetados o juzgados.
No implica abandono ni negligencia
Es importante destacar que este método japonés no implica abandono, negligencia ni ausencia de límites. En cambio, se trata de mantener una distancia atenta y respetuosa, donde los adultos están disponibles para brindar apoyo cuando es necesario.
El enfoque busca dar protagonismo a las perspectivas y lógicas del mundo infantil en lugar de imponer las del mundo adulto. Esto crea un ambiente de crianza equilibrado que fomenta el crecimiento y el desarrollo saludable de los niños.
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¿Cómo practicar el método Miramoru en casa con niños?
Ahora bien, la teoría es muy interesante, pero lo es más compartir consejos prácticos para poder llevar el Mimamoru a la práctica en casa. Estas son algunas recomendaciones.
1. Detenerse a observar, sin actuar
En primer lugar, es importante observar la situación desde cierta distancia para comprender lo que está ocurriendo y cuál es la naturaleza del conflicto entre los niños. En ocasiones, los adultos tienden a actuar e intervenir de inmediato sin tomarse el tiempo necesario para contemplar y comprender plenamente la situación.
2. Permitir que los niños resuelvan el conflicto
Ahora bien, este principio implica considerar si los niños están en condiciones de resolver el conflicto por sí mismos o si se encuentran en una situación de «igualdad de condiciones». Por ejemplo, si tu hijo tiene un conflicto con un niño que tiene el doble de edad, podría ser apropiado intervenir.
3. Intervenir en caso de pelea física
Cuando los niños recurren a la violencia, como una forma de «resolver» el conflicto, es crucial que el adulto intervenga y llame la atención. Establecer este límite es esencial, no solo porque la violencia nunca es una solución adecuada, sino también porque pone en riesgo y peligro a los niños.
Por ejemplo, en una investigación realizada por Fuminori Nakatsubo, Harutomo Ueda y Misa Kayama (2021), publicada en Early Childhood Education, se destaca que la intervención del adulto ocurre cuando se considera que la pelea física se está volviendo «seria».
Inicialmente, el adulto observa la situación y determina si los «tironeos» entre los niños representan un peligro. Cuando se percibe que la situación se vuelve más seria (por ejemplo, uno de los niños está a punto de morder al otro), el adulto elige intervenir y dar indicaciones.
Sin embargo, es importante señalar que hay personas que no están de acuerdo con la «no intervención» ante cualquier forma de violencia física y prefieren actuar de inmediato.
4. Valorar con los niños la solución propuesta
Por último, una vez que los niños hayan llegado a una idea, es importante aprovechar la situación como una oportunidad de enseñanza. Puedes iniciar una conversación con tu hijo para explorar cómo reflexionó sobre el asunto, qué pensamientos consideró al proponer la solución y si se siente satisfecho con ella o si haría algún cambio.
Esta conversación les permite a ambos reflexionar sobre el conflicto y brinda la posibilidad de compartir puntos de vista para encontrar una solución constructiva. Enriquecer su perspectiva a través de este diálogo es valioso, sin embargo, es esencial hacerlo sin haber limitado antes su libertad de decisión.
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Ser conscientes de nuestra propia crianza
Una reflexión importante que puede orientar en la crianza de los niños, según la revista Diversitas: Perspectivas en Psicología, consiste en ser conscientes de nuestras propias «heridas infantiles» para evitar que influyan en nuestra manera de educar a nuestros hijos.
¿Has notado alguna vez que ciertas situaciones te llevan a revivir recuerdos de tu propia infancia que tenías guardados en lo más profundo de tu mente? Por ejemplo, al presenciar una discusión entre tu hijo y su amigo, ¿te has visto transportado en el tiempo, recordando tus propios enfrentamientos con compañeros de escuela que te humillaban de manera constante?
En ocasiones, como padres, podemos intentar proteger a nuestros hijos de experiencias similares a las que vivimos en nuestra infancia, pero al hacerlo, corremos el riesgo de actuar de manera automática, proyectando nuestras propias vivencias en la vida de nuestros hijos.
Aunque nuestra intención sea buena, este enfoque a veces puede resultar contraproducente y convertirse en un error en la crianza. Sin darnos cuenta, podemos estar privando a nuestros hijos de la oportunidad de comprender cómo funcionan las relaciones sociales, aprender a negociar y resolver conflictos por sí mismos, identificar cuándo necesitan pedir ayuda, entre otros aspectos importantes.
En definitiva, ser conscientes de nuestra propia experiencia infantil nos brinda la capacidad de criar a nuestros hijos de manera respetuosa y nos permite tomar decisiones conscientes en lugar de actuar impulsados por emociones no procesadas.
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FUENTE: MujerHoy