Llegan las tardes en las que apetece cubrirse con una manta, sentarse ante la televisión y ver comedias románticas comiendo palomitas. Son las tardes en que uno quiere sentirse a salvo, acompañado, protegido… y con pareja. Los anglosajones han puesto nombre a este fenómeno estacional: cuffing, del inglés cuff, esposa. Define el momento de las parejas que se forman en otoño y rompen en primavera. No son el match perfecto, pero ayudan a no estar solos frente a la chimenea.
Acuñado en 2011 en el Urban Dictionar, las redes han abrazado el término con tanto entusiasmo como a una nueva pareja. La etiqueta #cuffingseason de Instagram cuenta con más de 170.300 publicaciones. Jay Z le ha dedicado una playlist y la cantante Lizzo convirtió su canción de navidad Never felt like Christmas en un himno del cuffing. Según Google Trends, es una de las más buscadas a medida que la temperatura baja.
Durante el otoño y el invierno nos sentimos solos y pensamos que lo mejor es delegar esa responsabilidad en otra persona”.
Pero, ¿de verdad estar soltero en invierno es más duro que en verano? Los datos empíricos no son abundantes y no parece que haya una teoría biológica o psicológica solida detrás. Es cierto que la gente se reúne menos, los días cortos pueden llevar a sentimientos de soledad o incluso depresión. Además, la Navidad está a la vuelta de la esquina y es una época de presiones familiares –“¿Traerás a alguien a casa?”–, comerciales, cinematográficas y publicitarias. Tampoco es casual que surja en el tiempo del amor líquido, sin vínculos, efímero. La investigadora y coach estadounidense Marisa T. Cohen, experta en relaciones de pareja, lo compara con la “hibernación de los animales”.
“¡Nos encanta poner nombres a todo lo que no es la pareja tradicional!”, asegura la escritora Montaña Vázquez, autora del reciente Match. Cómo encontrar pareja en la posmodernidad (Alienta Editorial). “En otoño e invierno se sale menos, hace frío, anochece antes y estamos más tiempo con nosotros mismos y lo que eso comporta. Nos sentimos solos y pensamos que lo mejor es delegar esa responsabilidad en otra persona”, reconoce.
Una imagen de la colección de o/i 2020-21 de Sézane. / d.r.
Sin embargo, Vázquez cree que este tipo de síndromes es la señal de un cambio más profundo. “Lo que esperamos de nuestras relaciones ha cambiado mucho desde el amor romántico basado en una sola pareja para toda la vida. Hoy las relaciones se caracterizan por la inmediatez y el miedo a establecer uniones duraderas”. Ella lo llama “obsolescencia programada” en su ensayo. “Internet ha democratizado el universo de las relaciones, pero también ha banalizado el concepto de amor. Queremos el amor verdadero, pero no trabajar en pos de este objetivo. Preferimos relaciones efímeras en vez de vínculos”, reflexiona.
Por eso, emparejarse por miedo a la soledad invernal es uno más de los modos de relación de una sociedad consumista y no es de extrañar que lleve aparejada la ruptura en pocos meses, pero no porque se planee. “El enemigo del amor no es el odio, es el miedo –continúa Vázquez–. El miedo provoca desesperación. Querer formar una pareja a partir de una carencia, de una necesidad, solo nos permitirá encontrar personas carentes y necesitadas”.
Estas relaciones de urgencia siguen afectando más a ellas. “Las mujeres, sobre todo, se enfrentan al estigma de la soledad como si estuvieran incompletas por naturaleza”, explica la filósofa francesa Claire Marin, autora de Rupturas (Alienta Editorial). “La ruptura no se vive mejor hoy que hace unas décadas, pero sí es menos estigmatizante. Aún así, nunca es banal para quien la vive”, señala.
Para el psicólogo Joan Garriga el cuffing es una muestra de nuestra dificultad para vincularnos, más que para estar solos. “Es una versión utilitarista, consumista de la pareja. Vivimos un apogeo de lo individual. Lo importante no es tanto tener pareja, como saber ser pareja”, asegura.