¿Cómo llamamos cuando una persona en una relación monógama da los buenos días, las buenas noches, comparte alegrías y penas -y memes-, contesta a todos los stories de Instagram o envía selfies con cualquier excusa a otra persona que no es su pareja con mucho cuidado de que ésta no se entere? Para algunos, esto sería una amistad. Para otros, un amor platónico sin importancia. Para muchos, estaríamos hablando de una infidelidad emocional. De unos cuernos por whatsapp que por mucho que se 'queden' ahí siguen siendo unos cuernos en toda regla, vaya.

Marcar los límites de lo que es engañar dentro de una relación sentimental es una tarea complicada, que pocas veces se explicita y muchas da lugar a problemas. Normalmente, el componente sexual es casi imprescindible en la definición, pero de lo que hablamos hoy es de una conexión puramente intelectual y emocional, sostenida en el tiempo y facilitada por las redes sociales y apps como Whatsapp, con otra persona que nos gusta (o a la que queremos gustar) y fuera del pacto de lealtad con nuestra pareja.

¿Por qué la gente comete infidelidades emocionales?

Pero, ¿qué sentido tiene hoy en día mantener este tipo de affair sin gratificación física -ni sexual ni de ningún tipo-? No podemos evitar parafrasear aquí al sociólogo Zygmunt Bauman y su concepto de amor líquido, una reflexión sobre los vínculos humanos en la posmodernidad: la gran ventaja de las relaciones virtuales "en una vida de continua emergencia" es que incorporan "las teclas suprimir y spam" para esquivar las consecuencias de las interacciones profundas. Parece que el miedo a compromiso no solo se da en las relaciones, sino también en las infidelidades.

"La clave para mí es que muchas personas no están donde quieren estar", explica Coral Herrera, doctora en Humanidades y Comunicación y experta en la representación sociocultural del amor romántico. Para ella, aún hay muchas personas "atrapadas en el concepto de familia feliz; sobre todo lo veo en los hombres, siempre queriendo escapar".

La tecnología posibilita esa huida. Durante estos meses de confinamiento, podíamos estar en el sofá con nuestra pareja viendo series sin parar y a la vez intercambiando comentarios ingeniosos y con doble sentido con esa persona que nos revive las mariposas en el estómago, pensando que quizá con ella todo sería diferente. Pero es que también nos gusta esa rutina, esa seguridad. También, incluso, nos gusta nuestra pareja.

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"Una de las claves del amor romántico es la idealización del ser amado", recuerda Herrera, y en este mito del amor hemos sido educados todos, pero la idealización va en dos direcciones: "con las relaciones virtuales podemos sentir además que somos otra persona: la que nos gustaría ser".

Para no romper el hechizo, muchas personas mantienen esa aventura en el mundo de las ideas, detrás de la contraseña de la pantalla táctil del móvil. Y parece que no son pocas las que practican el affair por redes sociales; un estudio de 2018 sobre infidelidad emocional citado por Fatherly aseguraba que de 90.000 encuestados, casi el 80% de los hombres y algo más del 90% de las mujeres admitían haber sido 'emocionalmente infieles' a sus parejas.

La agencia para esposos y esposas infieles, Ashley Madison, desvelaba en diciembre de 2020 que el 14% de las personas que habían participado en su estudio sobre la infidelidad durante los últimos meses culpaban a la pandemia de sus actos. La gran mayoría aducía que el mood carpe diem en que nos ha puesto a todos el coronavirus o el aburrimiento habían sido claves para acercarse a otras personas pese a estar comprometidos.

El sentir general respecto a la infidelidad es que es moralmente reprobable. Pero, como nos recuerda la antropóloga Helen Fisher, desde luego es muy humano: nuestro cerebro primitivo está hecho para sentir atracción, pasión romántica y apego hacia nuestra pareja para facilitar la reproducción y la crianza, pero todas estas partes pueden estar activas a la vez y estimuladas por diferentes personas. Querido Antonio Machín, se podía amar a dos mujeres -a dos personas- a la vez y no estar loco.

Ni que tu pareja (ni la persona con la que la engañas) esté loca. Uno de los aspectos más dañinos -no solo de este tipo de aventura, aunque especialmente en este caso- del comportamiento de muchos infieles emocionales es la luz de gas que le infligen a sus compañeros o compañeras y a sus 'amantes por whatsapp'.

"No queremos darle el mismo estatus a lo físico que a lo virtual porque no nos conviene", apunta Coral Herrera, que señala que hasta hace poco que esta luz de gas (mentir intencionadamente a otro individuo y hacerle dudar de su percepción, e incluso de los hechos, para mantener la propia versión de la realidad) ni siquiera se reconocía como un tipo de violencia.

Los infieles emocionales pueden tratar de confundir a su pareja porque se están mintiendo a ellos mismos ("No estoy engañando a nadie, ni siquiera he quedado con la otra persona"), pero también a su amante, si esta persona reclama mayor implicación por su parte ("¿De qué hablas? Si tú y yo SOLO somos amigos").

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